Choumi se sentó sobre mis rodillas mientras, sentadas frente al panel abierto de nuestra estancia, veíamos caer aquella 'lluvia de lágrimas' empapando el verdor del jardín ornamental.
- ¿Hoy no podrán verse Orihime e Hikoboshi? -preguntó, con la tristeza empañando su vocecilla infantil, y yo negué con la cabeza. Era su séptimo Tanabata, y hasta entonces, afortunadamente, ningún año había llovido; la impresión que le producía saber que los amantes de la leyenda no podrían encontrarse esa noche la apenaba sobremanera.
- No, mi vida, porque hoy el río Celestial ha crecido demasiado y las urracas no pueden formar un puente con sus alas para que ellos se encuentren. Pero dentro de un año podrán volver a intentarlo -le expliqué, apartando un mechón de pelo de su frente.
- ¿Si rezo mucho mucho el año que viene no lloverá...? -preguntó, esperanzada, y yo asentí.
- Si rezas, Orihime y Hikoboshi no estarán tristes, porque sabrán que hay alguien que desea su bien aquí en la tierra. Venga, vamos -le indiqué, ayudándola a ponerse en pie, y a continuación yo hice lo propio, acompañándola hacia el santuario familiar mientras a nuestra espalda repicaban las gotas de la lluvia más triste del año.
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Cuenta la leyenda que hace muchos muchos años, vivió una doncella llamada Orihime, que era hija del Rey del Cielo. Era una muchacha muy habilidosa con las manos y tejía las más hermosas telas a la orilla del río Celestial (la Vía Láctea).
Un día, desde su rueca vio a un pastor, llamado Hikoboshi, y se enamoró de él. Su amor fue correspondido, y aunque empezaron a verse en secreto, la noticia pronto llegó a oídos del Rey, que decidió bendecir su unión y convertirles en marido y mujer. Sin embargo, en su felicidad ambos descuidaron sus quehaceres; Orihime dejó de tejer y el rebaño de Hikoboshi se dispersó por el cielo, y el Rey decidió castigar su comportamiento convirtiéndoles en estrellas que no podrían volver a estar juntas.
Tanto lloró y suplicó la princesa, que al final su padre se apiadó de ella y permitió que los amantes se encontraran la séptima noche del séptimo mes, siempre y cuando hubieran cumplido antes con sus tareas.
Como estaban uno a cada lado del río Celestial, no podían reunirse. En ese momento las urracas, apenadas, decidieron ayudarles y crear con sus alas un puente para que pudieran atravesar el río y reencontrarse. Eso sí, a condición de que no lloviese: las noches de lluvia, la crecida del río les impediría volar sobre él para crear el puente, y los amantes tendrían que esperar otro año para volver a verse. Por eso la lluvia en la noche del siete de julio es más triste que la del resto de noches del año, y se llama popularmente la 'lluvia de lágrimas'.
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Sakura Cho, para Shinano no Shiro
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