domingo, 7 de julio de 2013

Tanabata

Choumi se sentó sobre mis rodillas mientras, sentadas frente al panel abierto de nuestra estancia, veíamos caer aquella 'lluvia de lágrimas' empapando el verdor del jardín ornamental.

- ¿Hoy no podrán verse Orihime e Hikoboshi? -preguntó, con la tristeza empañando su vocecilla infantil, y yo negué con la cabeza. Era su séptimo Tanabata, y hasta entonces, afortunadamente, ningún año había llovido; la impresión que le producía saber que los amantes de la leyenda no podrían encontrarse esa noche la apenaba sobremanera.

- No, mi vida, porque hoy el río Celestial ha crecido demasiado y las urracas no pueden formar un puente con sus alas para que ellos se encuentren. Pero dentro de un año podrán volver a intentarlo -le expliqué, apartando un mechón de pelo de su frente.

- ¿Si rezo mucho mucho el año que viene no lloverá...? -preguntó, esperanzada, y yo asentí.

- Si rezas, Orihime y Hikoboshi no estarán tristes, porque sabrán que hay alguien que desea su bien aquí en la tierra. Venga, vamos -le indiqué, ayudándola a ponerse en pie, y a continuación yo hice lo propio, acompañándola hacia el santuario familiar mientras a nuestra espalda repicaban las gotas de la lluvia más triste del año.

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Cuenta la leyenda que hace muchos muchos años, vivió una doncella llamada Orihime, que era hija del Rey del Cielo. Era una muchacha muy habilidosa con las manos y tejía las más hermosas telas a la orilla del río Celestial (la Vía Láctea).

Un día, desde su rueca vio a un pastor, llamado Hikoboshi, y se enamoró de él. Su amor fue correspondido, y aunque empezaron a verse en secreto, la noticia pronto llegó a oídos del Rey, que decidió bendecir su unión y convertirles en marido y mujer. Sin embargo, en su felicidad ambos descuidaron sus quehaceres; Orihime dejó de tejer y el rebaño de Hikoboshi se dispersó por el cielo, y el Rey decidió castigar su comportamiento convirtiéndoles en estrellas que no podrían volver a estar juntas.

Tanto lloró y suplicó la princesa, que al final su padre se apiadó de ella y permitió que los amantes se encontraran la séptima noche del séptimo mes, siempre y cuando hubieran cumplido antes con sus tareas.

Como estaban uno a cada lado del río Celestial, no podían reunirse. En ese momento las urracas, apenadas, decidieron ayudarles y crear con sus alas un puente para que pudieran atravesar el río y reencontrarse. Eso sí, a condición de que no lloviese: las noches de lluvia, la crecida del río les impediría volar sobre él para crear el puente, y los amantes tendrían que esperar otro año para volver a verse. Por eso la lluvia en la noche del siete de julio es más triste que la del resto de noches del año, y se llama popularmente la 'lluvia de lágrimas'.

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Sakura Cho, para Shinano no Shiro

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